Le chirriaban los dientes mientras dormía.
Eran bocados terroríficos de su mandíbula, como si tuviera las manos atadas
y solo tuviera la dentadura para agarrarse.
Le seguían espasmos de cuerpo.
Sudaba y saltaba, como si su almohada fuera un pozo oscuro y profundo,
hambriento de sueños y pesadillas.
Al día siguiente era incapaz de escribir o dibujar.
Sus manos tenían vida propia,
recordándole que todo NO había sido sólo un sueño.
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